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El culto al monarca 
Emperadores y sacerdotes 
Paralelismos entre los dioses mediterráneos  

La ciudad romana de Tarraco, la actual Tarragona, fue una de las primeras posesiones occidentales del Imperio que instauraron por decisión propia el culto a Octavio Augusto, primer emperador de Roma. Se le erigió un templo en el que oficiaba un sacerdote y se introdujeron juegos (ludi) en su honor.

El origen y desarrollo del culto imperial fue ajeno a las imposiciones de la administración imperial. Eran cultos practicados de forma espontánea por las ciudades, las provincias o los particulares y se enmarcaban en las antiguas tradiciones religiosas de los diferentes pueblos del Imperio.

Además, el culto imperial solía ir acompañado de un culto paralelo a Vesta, diosa protectora de la ciudad. En la ciudad de Roma, el culto al emperador se fue instaurando lentamente, ya que las antiguas tradiciones religiosas se oponían a la idea de divinizar a una persona viva. El culto al emperador sólo se introdujo con la implantación de la apoteosis, término que designaba la deificación de una persona después de su muerte proclamándola divus o diva, según se tratase de un hombre o una mujer.

El culto al monarca

La costumbre de rendir culto al monarca provenía del Próximo Oriente y estaba muy extendida en Egipto, donde el faraón era venerado como un dios. Los posteriores soberanos de Egipto, tanto los reyes persas aqueménidas como Alejandro Magno, perpetuaron esta tradición.

De los dioses se esperaba protección, sobre todo en los momentos de inestabilidad política, que durante la República, y en menor medida durante el Imperio, eran muy frecuentes. Esto llevó consigo la celebración, es decir divinización, del general o emperador victorioso que había reconquistado la paz, por lo cual se le atribuía un poder divino. Sin embargo, esto no significaba que fuera considerado como un dios, sino que se ensalzaba su excepcionalidad y se le situaba por encima de los demás hombres. En cierto modo esta costumbre era parecida al culto a los héroes en Grecia, figuras sobrehumanas pero no por ello divinas.

En la religión romana ya existían implícitamente los requisitos necesarios para la divinización de personas vivas. Éstos se hallaban en una antigua tradición romana de divinizar conceptos abstractos como, por ejemplo, la Victoria Augusta o de un modo más personalizado, en época de César, la Clementia Caesaris (Clemencia de César). En esta tradición se inscribía el culto al Genius, que era la divinización de la personalidad. Esta conjunción fue aprovechada por Augusto, quien mandó asociar el culto de su propio Genius al culto de los Lares de la ciudad, cuyos altares estaban instalados en todas las encrucijadas de Roma.

El proceso de divinización del emperador, iniciado por Octavio Augusto, que inauguró el Imperio como “hijo del divinizado”(divi filius) César, fue lento. Pero él no aceptó ser divinizado en vida y lo fue después de su muerte. Aun así, preparó el camino: el senado le otorgó epítetos como Optimus y, sobre todo, el de Augusto. Estos epítetos, en su mayoría superlativos, solían acompañar al nombre de una divinidad, como era el caso del Júpiter Optimus de la tríada capitolina. Simultáneamente se multiplicaron, por decisión del senado, los cultos a abstracciones como la Pax Augusta o laConcordia Augusta. Por ellas se creaba una ambigüedad que, inevitablemente, llevó a confundirlas con el detentador de este epíteto, Octavio Augusto. El camino que conducía a la divinización quedaba allanado.

Emperadores y sacerdotes

Augusto, y después de él todos los emperadores, acumularon cargos sacerdotales (como el de Gran Pontífice) y ejercieron el monopolio sobre los auspicios (interpretación de los presagios). Como consecuencia, asumieron un poder arbitrario sobre las cuestiones religiosas. Así fue como el emperador Tiberio pudo expulsar de Roma a los caldeos o Claudio a los judíos. Poco a poco, el emperador se fue convirtiendo en el intermediario “natural” entre el pueblo romano y los dioses. De hecho, el culto imperial y su acatación eran considerados una muestra de civismo. En el calendario litúrgico de Roma, el culto a los divi ocupó un espacio cada vez mayor y desde la oficialidad se proclamaban las “virtudes” sobrenaturales del emperador. No sólo se exaltaba su figura, sino la de toda su familia. Por ello Calígula decretó la divinización de su hermana Drusila como diva Drusilla.

En el panorama religioso politeísta, esto significó la introducción de la idea de una única divinidad por encima de las demás. El emperador Aureliano, en el siglo III d.C., instauró el culto al Dios Sol Invencible (Sol Invictus). De esta manera el Sol, al que Aureliano consideraba su protector personal, fue proclamado dios soberano del Imperio romano. Con este nuevo aspecto de la vida religiosa romana entraron en conflicto los cristianos. A pesar de la tradicional tolerancia a la práctica de cualquier culto (aunque, los cristianos fueron perseguidos desde el principio), a partir de este momento el culto imperial tenía un tinte de idolatría que era inaceptable para el monoteísmo cristiano.

Paralelismos entre los dioses mediterráneos

Grecia: Zeus

Roma: Júpiter

Atribuciones romanas: Protector de la ciudad

Grecia: Hera

Roma: Juno

Atribuciones romanas: Diosa del ciclo lunar. Sus fiestas: las Matronalia (1 de marzo)

Grecia: Atenea

Roma: Minerva

Atribuciones romanas: Diosa de la guerra y de la paz. Fiesta el 19 de marzo

Grecia: Afrodita

Roma: Venus

Atribuciones romanas: Venus Genitrix (“Venus madre”)

Grecia: Apolo

Roma: Apolo

Atribuciones romanas: Protector personal (y quizá padre) de Julio César

Grecia: Ares

Roma: Marte

Atribuciones romanas: Dios de la guerra

Grecia: Artemisa

Roma: Diana

Atribuciones romanas: Protectora de las amazonas independientes del yugo masculino

Grecia: Dioniso

Roma: Baco

Atribuciones romanas: Liber Pater. Sus fiestas, las Bacanales

Grecia: Poseidón

Roma: Neptuno

Atribuciones romanas: Dios del elemento húmedo. Su fiesta: 23 de julio (en plena sequía veraniega)

Grecia: Heracles (héroe)

Roma: Hércules

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